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  • Foto del escritorJosé Bambarén

El inicio de mi historia con el fuego

Actualizado: 22 abr 2021



Cuando recuerdo las cosas más divertidas que hacía de pequeño se me vienen imágenes con mi coche a pedales, con la bicicleta y las acampadas. Es en las acampadas donde gracias a mi padre vi lo divertido que era “jugar” con fuego.

Por el bien de este blog no me convendría contar que aprendí a hacer brasas viendo a mi padre hacer las fogatas y barbacoas con gasolina, pero lo cierto es que si no fuera por su manera tan “espectacular” de hacerlo, no se me hubiera impregnado a fuego en la memoria.

Para poner un poco de contexto, en esa época y en mi país se podía acampar en la misma arena de la playa, a pocos metros del mar y sin ninguna restricción o espacio específicos para hacer fuego…hacías tu hueco en la arena donde te parecía mejor, colocabas rocas alrededor y listo.

Quiero creer que mi padre sabía cómo hacer fuego de la forma tradicional, pero que prefería hacerlo a su manera. El inicio era bastante clásico, colocaba los carbones o leña en pirámide o cueva y metía papel en su interior (mi hermano y yo ayudábamos haciendo el hueco en la arena o trayendo piedras para colocar alrededor). En esa época las lámparas usaban keroseno así que ese era uno de los combustibles, pero cuando no había suficiente, la faena se volvía más interesante porque recurría a una manguera con la que sacaba gasolina del coche. Ver a mi padre venir desde el coche con el bidón con gasolina era tan épico como cuando en la inauguración de las olimpiadas ves a la persona encargada acercándose con la antorcha al pebetero para encenderlo.

Las hogueras eran siempre por la noche con lo que cada chorro de gasolina, según mi perspectiva de niño de 6 años, hacía que el fuego fuera más grande que yo e iluminara la playa entera. Sigo recordando como si lo estuviera viviendo ahora mismo, lo intenso de los colores del fuego (los clásicos rojos y naranjas acompañados del azul eléctrico producto del combustible), el sonido de la explosión que producía y el calor que sentía en el rostro casi tan intenso como el que había sentido producto del sol durante el día de playa. Además, a todo esto se le sumaba el andar descalzo en la arena, libre para ir de fogata en fogata durante toda la noche y al final quedarme tumbado frente a la mía alimentando el fuego con lo que encontrará que pudiese arder hasta que cayera dormido.

Se dice mucho que a los que nos gusta hacer barbacoas o parrilladas (como se dice en Perú) se remonta a nuestros orígenes como hombres de las cavernas, pero en mi caso seguro que no viene de tan atrás 😉.



Octubre 2020

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